Entender y amar el arte egipcio by Fernando Estrada Laza

Entender y amar el arte egipcio by Fernando Estrada Laza

autor:Fernando Estrada Laza [Estrada Laza, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ensayo, Arte
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


FIGURA 45. a. Incluso en las zonas en sombra, el bajorrelive potencia en sus bordes el efecto de la luz incidente. Coloso de Ramsés II (Luxor). b. La luz solar, al incidir lateralmente sobre el plano de la cara grabada, nos permite apreciar la restauración operada tras el «borrado» de la figura y nombre de Amón, ordenado por Akhnatón. Obelisco de Hatshepsut en el templo de Karnak.

Si bien esta extendida técnica del bajorrelieve fue de uso habitual en todas las etapas que configuran la particular historia del arte de este pueblo, fue durante el Reino Antiguo cuando el bajorrelieve alcanzó mayor difusión y perfeccionamiento. El hecho de que fuese Menfis la primera capital del país unificado en un solo estado favoreció la creación, junto a esta ciudad, de una vasta necrópolis cuyas tumbas se beneficiaron de la exquisita calidad de la caliza autóctona. No ocurrió lo mismo durante el otro período más importante de la historia egipcia: el Imperio Nuevo. Ubicada la capital en el cuarto nomo del Alto Egipto (Uaset, Tebas), se tuvo que recurrir a la pintura como medio principal decorativo, debido a las numerosas intrusiones silíceas que, con demasiada frecuencia, aparecían en la caliza tebana. A pesar de lo anterior, son más que notables los bajorrelieves de varias tumbas tebanas, como la del visir Ramose (TT 55) o la del mayordomo de la reina Tiy, Kheruef (TT 192). Respecto a estas dos tumbas, hoy ya no tenemos dudas de que fueron decoradas por el mismo equipo de artesanos. La dulzura y la sobresaliente calidad del estilo de sus bajorrelieves hacen que el recuerdo de su visión perdure en el tiempo. Aunque también hay que reconocer que, en cuanto a técnica de ejecución, no aportan ningún avance significativo a los logrados mil años antes por los artífices de las magníficas mastabas menfitas.

LA ESCULTURA

La observación del entorno circundante hizo comprender a los primeros egipcios que todo aquello relacionado con la vida tenía como contrapartida, de forma tan natural como irremediable, una extinción más o menos inmediata. Los tallos verdes, nacidos del suelo fertilizado por la inundación, se secaban hasta desaparecer cuando las aguas se retiraban. La propia subsistencia de Egipto dependía del milagro del desbordamiento anual, que marcaba el ritmo de la vida del país, sus estaciones y, en definitiva, su calendario laboral y festivo.

La vida a orillas del Nilo no tenía una continuidad permanente en el tiempo, sino que se regía por unos ciclos inmutables en los que se «detenía» para volver a resurgir, a renacer de nuevo. Estos ciclos vitales no eran iguales para todas las cosas creadas, pero todas las cosas creadas estaban sujetas a ese proceso alterno de muerte aparente y renacimiento. El sol, fuente principal de vida, tenía un ciclo vital de doce horas, muy corto en comparación a la esperada venida de Hapy, la inundación anual. En el inanimado mundo mineral, también las dunas de arena, cambiando su configuración a capricho de los vientos, ofrecían nuevas e insospechadas alternativas a los observadores ojos de aquellas gentes.



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